Elizabeth Strout ha publicado recientemente "ME LLAMO LUCY BURTON" una novela muy cortita, de poco más de 200 páginas, pero de una intensidad emocional apabullante... De nuevo la historia gira sobre personajes poco simpáticos, recios, y con bastante sufrimiento a sus espaldas, pero sin caer en el drama facilón.
Lucy Burton recuerda su difícil infancia llena de pobreza y carencias de todo tipo, incluidas las afectivas, y lo hace durante el largo periodo que permanece ingresada en un hospital neoyorquino, especialmente en el tiempo en que su madre la visita.
Juntas reviven momentos muy duros familiares y personales. La madre de Lucy me ha recordado a Olive Kitteridge, por ese carácter sombrío que en el fondo está lleno de emociones, pero estas son personas a las que les cuesta muchísimo mostrarlas públicamente.
“Aquel primer día hablamos de mi hermano, el mayor de los tres, que seguía soltero y vivía en casa de mis padres, a pesar de tener treinta y seis años, y de mi hermana, también mayor que yo, que tenía treinta y cuatro y vivía a quince kilómetros de mis padres, con su marido y sus cinco hijos. Pregunté si mi hermano tenía trabajo.
–No tiene trabajo –contestó mi madre–. Pasa la noche con cualquier animal que vayan a matar al día siguiente.
Le pregunté qué había dicho, y repitió lo que había dicho:
–Pasa la noche con cualquier animal que vayan a matar al día siguiente. –Y añadió–: Va al establo de los Pederson y duerme al lado de los cerdos que van a llevar al matadero.”
No suele ser muy habitual que los norteamericanos hablen de sus miserias, creo que la imagen que predomina en la mente de todos, especialmente sobre los años 60 es la de familias sonrientes compartiendo barbacoas con sus vecinos, en los limpísimos y cuidados jardines de sus enormes casas adosadas... Pero en la América rural las cosas no siempre eran tan bonitas.

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